viernes, 7 de mayo de 2010

martes, 20 de abril de 2010

Todos nos llamamos Israel

Son tiempos difíciles para ser religioso. La razón y la ciencia imperan sobre el misticismo y la elucubración. Comprar y poseer montones de cosas es el ejercicio, de los que nuestro libre albedrío permite, que más nos gusta. Y resulta en antinomia el que en una época de secularización, y por ende de fe ciega en aquello que podemos entender, palpar o ver con algún medio que ayude a nuestros limitados sentidos, cuanto menos pensamos más felices somos (o parecemos serlo) y cuanto más tenemos menos pensamos. Nuestra ceguera hedonista es causa de nuestra ceguera consumista.

Sin embargo siempre hay gente diferente (y aunque el que escribe es rara avis, no puede presumir de excluirse del grupo de los materialistas) que elige ser salmón en lugar de carpa y remontar los ríos en lugar de dejarse llevar. Sean católicos opusdeístas, de comunidades o evangelistas; sean musulmanes o budistas, desde luego su idea de cómo funciona el maravilloso universo de la vida y la muerte no se ha visto afectado por el noble arte de la ciencia. Y es de admirar que la tentación de ser quien domine a la naturaleza sea superado por Fe ciega y fervor hacia algo que nadie ha visto ni probablemente vea en vida: Dios.

Existen tres tipos de personas en este mundo: Los que creen, los que no o aquellos a los que el tema no les importa, y los agnósticos. Dentro de los que creen existen miríadas de grupos religiosos (nada nuevo que el que lee no sepa). Pero dentro de todos esos grupos hay un Dios por cada persona. Los individuos lo son no sólo por constituir unidades únicas e indivisibles (sin perder la esencia de los mismos) sino porque cada uno de ellos se dirige a Dios de un modo diferente, lo ve de un modo distinto: como padre, amigo, hermano, como alguien a quien temer o al que amar, alguien con quien discutir las vicisitudes del día o al que consultar, como conciencia global, o individual, como todo o como ente independiente de todo. La propia definición de Dios convierte a éste en algo ambiguo: es todopoderoso y omnisciente pero ¿se creó también a sí mismo? Dios creó el Universo, por lo tanto ¿es Dios el universo? ¿Somos nosotros parte de Dios? Y no hay quien no se plantee cuestiones de este tipo, consciente o inconscientemente. Luchamos con la creencia o la negación de su existencia. Luchamos con la idea de Dios y, por tanto, con Dios, y por ello, también, todos nos llamamos Israel: porque Israel fue el nombre que el ángel dio a Jacob después de enfrentarse a él toda una noche, y porque Israel significa "el que ha luchado con Él".